lunes, 14 de septiembre de 2015

El bar del cementerio

Como padre has muerto.
Y no hay amigos en el bar del cementerio. Estoy tan sola que puedo oír el corazón del piso de arriba.
Duele tanto y hay tan nadie a mi lado... Hay tantos nadies en mí que soy ninguna de mí misma y respiro Siberias de mi cuerpo.
No hay amigos en el bar del cementerio.
Como hombre has muerto.
Siento La Nada de los manuales en el cuello. El invierno ruso de las guerras. Todo lo que estudié lo entiendo hoy. Existe. El dolor es. Es. Está aquí. El dolor soy yo. Abrid los diccionarios:
Como lengua has muerto.
Tan lobo en granja es este asalto. Tan oscuro en la gallina.
Estoy tan sola que puedo oírme el corazón en el piso de arriba.
Y no hay vino en el bar del cementerio.
Como amigo has muerto.
Me siento tan sola en tu muerte
tan… No me queda ni tu sombra.
Como árbol has muerto.
No sé quién soy. Siento la noche apretando mi cintura como un corro de niños enfadados. Y la pared helada queriendo entrarme por los huesos, me come el corazón frío a frío.
No puedo andar, sólo permanecer.  Estoy congelada encima de una alfombra.  Soy como el humo en una foto.
No hay hombres en el bar del cementerio. Son sombras, pieles muertas. Miradas hacia flores de cuneta.
Tengo miedo. Lo tengo, lo poseo.
Lo verbo. Abro mi diccionario:
Me declina tu muerte por la boca, por el cuerpo, por los todos huesos de mis manos solas. Y no hay acción en la acción. Hay muerte y tierra y ese sonido de no ir contigo sobre la madera.
No sé vivir, sólo quedarme pasmada delante de tu viaje.
Como destino has muerto.
Tendría que haberte dicho lo que no dije. Tendríamos que haber aprendido a hablarnos, papá. Nosotros, que sabíamos latín y nunca nos comprendimos; nosotros, que no nos mirábamos en las palabras. Nosotros.
Yo prefería ver a otro en ti mientras te hablaba; tú, creer que te decías en mis ojos. Mentiras. Escondites. Miradas a las flores y cunetas. Nos matábamos cada vez que hacíamos el funeral de hablarnos.  
En mis mensajes te hiciste el muerto. Yo buscaba tu reflejo en las botellas. Ficciones. Curvas. Diminutos ataúdes.
No sé ser, me obstino minúscula delante de tu cuerpo intransitivo.
Muerto. Como el mar ya no.
Como amor has muerto, y olvidas tu herida en mi cocina.
                                                                                   *   *   *
No es por mí que duele, papá. No es (podría ser) mi vanidad de hija la que habla. Tampoco es miedo al dolor (aunque sí, claro, cómo no).
No es deseo de vivir y de olvidar tus daños. Es que, la puta, no encuentro manera de colocarte en mi destino, de enterrarte de mí misma definitivamente en ti y de que te lleves por fin al fin todo tú. Todo a ti: tus ojos de pez sobre cubierta, tu olor de anciano, tus manos sucias en los fasos. Tu paso de último trompetista en el perfil de la montaña, tu humor piamontés y las estrellas que dejaron en la mesa el sin fondo de tus vasos.
En tu balcón, toda la vía láctea para reciclar... Esos besos planetarios en la mejilla de las copas me observan ahora que tengo que recoger el desastre. Igual que después de tus festejos, tus vasos dactilares, intransferibles, me espiaban llorar en la cocina. Y la que creía merodearte en el reflejo de un cuadro era yo…
Ahora te vas siguiendo un péndulo de sol como el último corneta de orquesta.  Olvidas el viejo pueblo a tus espaldas. No te vuelves a mirar los pañuelitos blancos para ti, para vos, porque no sabes que es valioso lo que nunca advertiste.
Las últimas veces caminabas perdido: parecía que te buscabas la espalda y fruncías el ceño como un lobo hambriento, mudo y con la frente preguntando sin embargos.  Me recuerdas a mí de mal humor, impidiendo todavías.
Los últimos meses se te fue la memoria.  Desde el final de la calle Princesa yo te esperaba, te descubría, te miraba avanzar hacia mí como barco por la arena -lento, rencoroso del suelo, obligado a la playa-, para poder aceptarte como eras sin sentir nada (dolor) al recibirte. Magovundo.
Y lo hice. De verdad que lo hice. Dejé de sentir. Y de juzgarte:
te hubiera llevado a la gala del  Presidente.
Te hubiera presentado a mi novio.
Te hubiera prestado a mi bebé y atribuido mi Rembrandt.
Así, como eras, magovundo, sucio y perdido. Porque eras mi padre. Porque eres mi padre. Porque tú me hijas. 
Para nada. Tan sola de tu muerte, ahora.
Ojalá te dejaras de posar en lo que veo cada día. Ojalá no fueras en todo. Pareces un lunes de infancia. Frío, permanente, inoportuno.
Ojalá te dejara de ver cuando me miro, te mudaras de mis espejos, te fueras a otros ojos, te cesaras de ser donde yo soy. Y ya no recordara que existo de ti.
Sin rencor. Quisiera poder despertenecerte un poco, que te fueras sin mí, ahora que mueres.
Déjame vivir muerta de ti. Por favor. Déjame ser yo menos tú. Del todo.  Apura tus estrellas, vacía tus cristales, besa sus mejillas de espuma y vete. Déjame de ti. Yo me encargo de llevar tu cielo a reciclar.
Vete. Ponte de resaca en fiesta, permite que barramos el confeti.
No molestes a las mesas, papá, por favor. Te lo pido, papá, no hagas más ruido. Guarda la gorra, patea piedra a piedra a piedra hasta la cama y deja que la manta apague tu espalda, que la sábana sofoque tu sombra, que la almohada se apiade de ti.   
Muere de ti. Vete seguro. Hacia el Sur, papá, hacia el Sur.
Duerme en el viaje, que es más lindo así.
Tan quiero que estés y que te vayas, papá… Tanto miedo me da que te mueras, que me veas sin verte, que espíes mi dolor posado en la transparencia de la puerta de mi habitación. Y de todas las habitaciones del mundo
que serán mías un segundo
sólo porque tú estás ahí,
enfastasmado…
¿Podéis hacer eso? ¿Podéis mirarnos..?
Yo sé que hay Sur.

Tan sola de tu muerte, sin amigos en este bar del que no eres. Tan sola de tu muerte porque no puede haber besos calientes en el bar de un cementerio.
Yo no pude más de ti y te pido perdón aunque no quiera tu perdón. Lo que deseo es mi perdón. Porque a base de ti me hice de piedra.  A base de mucho ti: yo, como tu destrucción, soy implacable. Yo, como tus noches, soy larga y apretada, igual que el pasillo de tu bar y mis diatribas al peluche.
Me ruego mi perdón. Quiero perdonarme, papá de la mitad de mí.
Papá del bar en casa
del bar en vos lleno de cebada en flor,
de mesas consteladas
y paraísos enlatados
y noche en los zapatos.

Y por supuesto voy a usarte. Voy a utilizarte de muerto presente. Quiero que sea creativo este dolor: usarte para perdonarnos y querernos. Para darnos el sí fuera del horario de oficina.

Yo lo siento, no supe salvarte. No hubo stock de cielo para ti.
No tuve a quién pedir, no me fiaron: tus dioses huyeron pronto, bien lo sabes. Quebró tu paraíso. Y en un largo además le debes bastantes mensualidades a mi espíritu.

No pude. Antes de ganarme el Cielo debo conquistar la Tierra (un puñadito) y el pan (miga a miga) y el corazón (que aletea). Que está dura la vida y yo quiero un hogar de árboles y un nombre que me contenga y el diástole de un hombre en la mejilla y entender la ventana y un beso de Dios cada mañana.
Y que me pidan matrimonio en el bar de un cementerio.

Quiero culminarte. Darte el beso más beso y el adiós largo. El adiós recóndito que tengo. Te quiero y te no quiero, papá. Te no quiero mucho, que es odiarte con amor. Porque te amo.

Vete despacio y ten un bello viaje. Hacia la luz, al Sur, hacia la luz.

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