No sé hacer patatas fritas. Es
cierto, amor. No sé.
Nunca pensé que me quisieras para
eso.
(Para freír huesos de tierra en
el aceite usado de tu casa)
Mi alma preparaba otras cosas en la
cocina mientras hablaba con tu madre, prestando atención a quién eres. Pensé
que era eso lo que te interesaba de mí.
Eso y la fuerza de mis manos levantando quién soy yo de mis tumbas cada día
Eso y la fuerza de mis manos levantando quién soy yo de mis tumbas cada día
mirando (mudas) al Sur.
Escribo cosas y no lo sabes.
Porque no puedo decírtelo. No puedo decirte que escribo cosas sobre ti.
Porque además no las entiendes.
Porque no sabes leer.
Porque tu poesía es fiel al mundo. Y la mía traiciona cada hueso del salón.
Porque tu poesía es fiel al mundo. Y la mía traiciona cada hueso del salón.
Te has ido,
y queda manso el dolor como el
león tras el baño. (A dos labios) abro tu piel como una duna deshecha y toco el
hombre que eres y cuerpo a cuerpo te llego al centro y saco cien fuegos en mis
dientes.
No sé hacer patatas fritas, amor.
No sé. Nunca pensé que ese fuera nuestro epitafio.
Tampoco puedo abrir los botes de
mermelada yo sola. Ni la puerta del garaje. Ni mover de sitio la nevera o subir
la compra y el corazón a la vez.
Pero sí puedo poner en vertical mi calendario de huesos cada invierno.
Huesos que me rodean, que soy. Que dispongo, ordeno por tamaños y funciones: los más blancos, los más fuertes, los más suaves.., para salir al mundo y entrar en casa sin ti.
Y aun así quererte.
Quererte con mis huesos vacíos (o no, según se me dé el día), huesos que dejo alineados cada noche en la cama: limpios, lustrados, espejos de Dios, valientes como dagas preparadas.
Huesos claros, huesos de mí que encuentro desordenados e impares a la mañana siguiente llenos de luna y ropa interior.
Pero sí puedo poner en vertical mi calendario de huesos cada invierno.
Huesos que me rodean, que soy. Que dispongo, ordeno por tamaños y funciones: los más blancos, los más fuertes, los más suaves.., para salir al mundo y entrar en casa sin ti.
Y aun así quererte.
Quererte con mis huesos vacíos (o no, según se me dé el día), huesos que dejo alineados cada noche en la cama: limpios, lustrados, espejos de Dios, valientes como dagas preparadas.
Huesos claros, huesos de mí que encuentro desordenados e impares a la mañana siguiente llenos de luna y ropa interior.
(Como astillas fugaces brillan en
la alfombra).
Despierto igual que un animal descuartizado por los buitres. Me calzo de fémur frío -junto a la puerta- de clavícula caliente –bajo la sábana- de hueco poplíteo –sobre la mesilla- y voy
vestida de acertijo hasta la hora de comer.
Rodeo el cuello con mi propio marfil.
Mi índice es dedo y anillo a la vez.
Y señalo a un mundo al que le he
sido infiel
para amarte a ti.
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