miércoles, 3 de octubre de 2012

Princesa


Te creí como a las luces de un puerto
y no vi las rocas, amor, 
no vi las rocas. 

Me interné en el bosque, sin lumbre, sin fuego. 
Como tú querías. 
Descalza para no sonar
con el dedo en el ruido
con la fe de un cuento.

Tuve miedo y tuve grutas. 
Tuve ganas de marcharme
pero acepté el encuentro. 
Lo avisté, me puse en duelo y
con susto de abismo
maté allí al dragón nuestro. 
De frente, del pecho, del sangre, del todo.
Esperé. Te esperaba.
Y no había princesa, amor. 
No hubo princesa.

Me hubiera casado con el cualquiera de tu sombra, 
pero no puedo vivir tu clavo ardiendo. 



Delenda est Carthago


Hoy no es una mañana cualquiera. Podría haberlo sido: tú estarías a un lado de mi cama, tapado hasta la frente al costado derecho de mi sueño, 
silbando termitente el aire de nuestro cuarto oscuro. 

Dando calor a mi boca arriba con tu boca abajo certero. 

Pero esta mañana no cualquiera, te miro, acostada de mí
desde el sitio imperfecto del colchón pues no hay izquierdo si el derecho está vacío... y no estás. Te miro y ya no estás. 
Te miro, sé que no estás y sin embargo te sigo mirando como cuando me quedaba absorta en tu ombligo intentando entender el torbellino imposible de sus pliegues hacia dentro de ti. 
Y tú, que sólo existías periódico arriba, levantabas la ceja y pasabas página con ruido de hoja seca.

Acostada, mañana incualquiera decía te miro y miro y miro... Y no estás.
Tan vestido está el aire de ti. 
Y así mis ojos golpean contra tu cuerpo vacío como el viento en los cristales 
la puerta al quicio 
el avión entre la nube
la gota tras 
gota tras 
gota en la piedra paciente de los días 
sin ti. 

Mis mundos vacíos de tu cuerpo
mis labios cóncavos de los tuyos 
viceversa.

Mi almanaque aburrido de lluvias por la tarde.

Nerviosa de pensarte y no encontrarte te resumo en mi oreja con las manos
como si entre mi índice y pulgar, único dedo, estuviera tu lóbulo mundo tan callado. 

Pero no. Ya no me hablan las cosas que eran tuyas, ya no se dicen en mis ojos: las toco y no te encuentro en los perímetros fríos de la taza que usabas;
tus objetos, puestos en mi casa como si hubieran nacido ya ordenados sobre mis mesas, apilados para mi estante, posados perfectos bajo vasos de mí... 
Tus objetos me engañan. 
Me siento incapaz de comprenderlos: cojo uno, guardo otro, 
rompo tu taza y tú te vengas en ella deshaciéndome la piel. 
Tus objetos me vuelven loca.
Tus objetos me sangran y me pierden 
en mi casa 
de ti: yo pongo el pedazo de algodón en el baño pero
olvido mi herida en la cocina.

Mientras, un aguacero desglosa su abecedario de tristeza en mi ventana.

Mr. Le Grand


Si tus manos se contaran sobre mí como se cuentan los días sobre el cielo...:
un calendario de estrellas en mi boca
dos almanaques anular de cada dedo
tres posados tanto en mí que tengo aquí el universo, anverso
y
su
reverso de tu mano que es todas las manos en mi cuerpo.

Si tus manos tan mano, si tus dedos tan dentro, 
si tu cielo en mi suelo y las estrellas adentro...
Si tus manos se contaran por palabras, sobre mí, como aguacero desglosado...
Si tus manos se dijeran en mi encima, serían la metáfora del fuego,
la parábola con mundo,
el idioma en el tiempo.

Y me dejarías
brasas,
hueso.
Muda.
Dos veces pronunciada en tu montura,
perpleja en tu lengua, callada,
certera. Diana en mí yo en tu ahí
tan
lenguada.

... y tantas veces soñando que te estaba, tantas veces queriendo ser tu espacio,
tantos días sin nada en cuanto a nada salvo qué
largos
lejanos
dedos de tu ausencia.